
En ocasiones la vida no se presenta tan sofisticada y deja entrever su magnífica sonrisa. En otras, las diversas controversias de este mundo la asustan y la tornan dramática y angustiante. Me gusta ver sus contrastes y aunque para la inmensa mayoría sea un exquisito detallista tildado de filósofo, yo estoy convencido que la vida gira y gira como la Tierra, y también brilla y se opaca como las estrellas. La vida es el mundo y el mundo es la vida. Todo lo que damos se nos devuelve de alguna manera. Todo lo que generamos nos llega. Pero creo que hay veces en las que la vida se detiene y el mundo lo hace con ella. Es en ese preciso y efímero instante, que la vida recobra su verdadero sentido. Una mirada, un beso, una caricia, una lágrima, un adiós, un latir de corazón cansado. Tantas cosas pueden reflejar ese momento sublime donde la Tierra se une con la vida y me transporta lejos, a diversos lugares donde he conocido el amor, la tristeza, la alegría, el abandono, el dolor, la verdad y la mentira de mi propio camino. Un camino retorcido y confuso que no logra guiarme hasta que entiendo que no es ese su verdadero cometido, sino el de permitirme avanzar hacia donde quiero. Pero inmediatamente surge un problema enorme que no siempre encuentra respuestas y que pocas veces logro tomar conciencia de su existencia. ¿Para qué estoy en esta vida? No creo que existan otras, pero si creo que existen misiones que se deben aceptar y cumplir.
La vida da señales que solo algunos pueden reconocer. Entonces compruebo que estoy en el límite mismo de mi cordura e intento componerme, pero ya no sé que hacer con tantas sensaciones. No puedo transitar por este mundo como un héroe y tampoco puedo dejar que mi vida se escabulla sin saber para qué la tuve.
Ayer a la tarde, cuando salí al jardín, sentí el aire fresco que venía del sur. El cielo inmensamente azul y las nubes ausentes me llevaron a mi niñez, a los barriletes de colores, a los días de primavera insolentes y excitantes.
Intenté verme jugando y corriendo y comprobé que aún lo podía hacer porque mi cuerpo estaba sano y mi corazón aún latía. También sentí pena por ese niño que no pude ser. Aquel que disfrutaría todos los días sin reparar en nada groseramente conmovedor. Ayer, entendí que de niño no fui enteramente feliz y entonces comencé a correr por el jardín, bajo el cielo azul y el sol radiante. Pero al poco tiempo estaba adentro, sentado, como siempre, junto al ventanal. Tuve ganas de llorar y hasta creo que lo hice, pero pronto, esas píldoras de color verde me hicieron efecto y el sueño me invadió. Ya no pude ver el cielo azul y tampoco soñar.
Cuando me desperté estabas a mi lado y eso me reconfortó. Siempre me gusta sentir tu presencia y también esas historias maravillosas que me cuentas, sin embargo, cada vez que te marchas ya no sé que hacer con tantos sentimientos extraños y la certeza de que equivoqué el camino, me inunda. Pero por fortuna, aun estás aquí, a mi lado, junto a mi cama. ¡No se que haría si despertara y tú no estuvieras! ¡Deja que te de un beso, deja que lo haga mujer!
La vida da señales que solo algunos pueden reconocer. Entonces compruebo que estoy en el límite mismo de mi cordura e intento componerme, pero ya no sé que hacer con tantas sensaciones. No puedo transitar por este mundo como un héroe y tampoco puedo dejar que mi vida se escabulla sin saber para qué la tuve.
Ayer a la tarde, cuando salí al jardín, sentí el aire fresco que venía del sur. El cielo inmensamente azul y las nubes ausentes me llevaron a mi niñez, a los barriletes de colores, a los días de primavera insolentes y excitantes.
Intenté verme jugando y corriendo y comprobé que aún lo podía hacer porque mi cuerpo estaba sano y mi corazón aún latía. También sentí pena por ese niño que no pude ser. Aquel que disfrutaría todos los días sin reparar en nada groseramente conmovedor. Ayer, entendí que de niño no fui enteramente feliz y entonces comencé a correr por el jardín, bajo el cielo azul y el sol radiante. Pero al poco tiempo estaba adentro, sentado, como siempre, junto al ventanal. Tuve ganas de llorar y hasta creo que lo hice, pero pronto, esas píldoras de color verde me hicieron efecto y el sueño me invadió. Ya no pude ver el cielo azul y tampoco soñar.
Cuando me desperté estabas a mi lado y eso me reconfortó. Siempre me gusta sentir tu presencia y también esas historias maravillosas que me cuentas, sin embargo, cada vez que te marchas ya no sé que hacer con tantos sentimientos extraños y la certeza de que equivoqué el camino, me inunda. Pero por fortuna, aun estás aquí, a mi lado, junto a mi cama. ¡No se que haría si despertara y tú no estuvieras! ¡Deja que te de un beso, deja que lo haga mujer!
Y tomando el portarretrato que estaba encima de la mesa de noche, besó el rostro de la mujer. El cielo estaba espléndidamente claro y por el ventanal, los rayos de la locura calentaban el alma solitaria de aquel hombre joven sin cordura, que buscaba en cada día, un pequeño motivo para seguir vivo.