(Esta es una versión modificada. El original completo, reposa en las hojas de mi alma y su extensión no permite incorporarlo tal cual, en este blog)
Un cosquilleo absurdo y extraño recorrió mi estómago. Se aceleró mi corazón, tanto, que el pecho no podía contenerlo. Mis piernas temblaban de tal forma que todo mi esqueleto se movía. Apareció de la nada y se sentó junto a mí. Sin decir nada, sin hacer nada. No la miré, pero si la sentí muy cerca, tanto, que estaba seguro de que me había rozado el brazo con el suyo. Se me antojó más hermosa de lo que la recordaba. Su cuerpo más frágil y su cabello más claro. Se me antojaron muchas cosas, pero no estaba muy seguro de recordarla bien, porque la había visto una sola vez, hacía mucho tiempo. Ella pasó junto a mi sin mirarme, sin tocarme, distraída y concentrada al mismo tiempo. Yo era más joven y apuesto, pero ella no me vio, o tal vez no quiso hacerlo. Fue hace mucho tiempo. Recordando su paso firme, me encontré con seres queridos que no veo a menudo. Ni tan siquiera se donde están. Apenas se donde estoy yo. Creo que me susurró algo pero no le entendí y solo sonreí. Pero ella estaba muy seria. No interpreté lo que me dijo, no la escuché, sin embargo estaba seguro de su susurro. Sentí su aliento, más no su voz.
Ella continuó seria y yo tenía la certeza de que no sonreiría jamás. Las palomas se acercaron a mis pies, buscando la comida que todos los días les traía. Siempre a la misma hora y en el mismo banco de la plaza. Siempre igual, como desde hacía diez años. Años que estuve en soledad porque ya no quisiste acompañarme más en ese sinuoso y rebuscado camino vital. Ya no tuviste fuerzas ni ganas. Se que te vino a buscar porque le dijiste que querías viajar, irte lejos, a otro mundo. Y no más decir aquello pasó una semana y te llevó. Y ya no te vi más. Y ya pasaron diez años. Todos los días busqué compañía y solo venían las palomas. Y también esta mujer de la cual no sabía nada, aunque ella me conocía bien, porque me hablaba por lo bajo, pero yo no la entendía. Tal vez porque me estaba quedando sordo y ya estaba viejo. Por lo menos eso decía mi cuerpo arrugado, encorvado y lleno de dolores que solo calmaban unos fármacos de colores.
Ella me miraba de vez en vez, esperando que le contestara, pero realmente no sabía lo que me había preguntado.
Hubo cosas que ya no comprendí. Los años no me dejaron razonar de la misma manera. Los engranajes de mi cuerpo no estaban tan lubricados y crujían. Si no hubiera tenido aquel bastón con mango de plata no habría podido caminar. Si no me hubiera puesto la gorra de paño, seguro mi calva se habría congelado. Las canas poblaron toda mi entidad. Estaba ajado y maltrecho. Era el viejo Pablo, mientras ella estaba radiante como la primera vez. Si tú, Adela, hubieses estado allí, inequívocamente habrías despejado todas mis perplejidades. Si hubieses estado. Tenía tantas ganas de verte, de abrazarte, de besarte. Juntos construimos la vida y juntos reforzamos el amor. Juntos, pero tú ya no estabas. Estaba solo, dándole de comer a las palomas de la plaza con esa fantástica mujer. Ya la había visto otras veces, ya la había reconocido entre otros pero ella jamás reparó en mí hasta ese día.
Nuevamente me susurró al oído palabras que no logré descifrar y ante mi contrariedad, me tomó del brazo. La sangre se me congeló. El corazón me latía lento y fuerte. Me sentí cansado. La miré y comprobé que ya no estaba seria, sonreía, tímidamente, pero lo hacía y era más hermosa aún. No dejó de musitarme y tampoco me soltaba el brazo. La vi levantarse y jalarme. Yo no quería levantarme, me dolían mucho las piernas y también los pies y todo el cuerpo. Estoy seguro, Adela, que de haber sido más joven me hubiera levantado sin problemas. También la hubiera escuchado y seguramente me habría animado a preguntarle su nombre. Pero no, ya no era lozano, apenas podía caminar. Apenas podía pensar. Me quería llevar. La miré nuevamente a los ojos y me parecieron vacíos y hermosos. Adela, no te pongas celosa, mujer.
Estaba tan cansado que comencé a creer que ella tenía razón cuando me describió ese otro mundo. También creí que estaba loco y sin embargo, tenía la delicada certeza de tener los pies en la tierra y de haberla visto antes, con el mismo vestido, la misma mirada y la misma expresión inexpresiva de su rostro. La había visto junto a mis muertos. Continuaba tirándome del brazo, cada vez con más fuerza y yo ya no me oponía demasiado. Eran muchos los años que tenía en mi haber y diez los de espera. Que torpe me sentí. Después que te marchaste, estuve esperando a la muerte para que me llevara junto a ti. Estaba convencido que ya no tenía más nada que hacer. Todo era inútil y en vano. Absolutamente todo. Pero sin saber cómo, un tremendo arrebato de vida me obligó a quedarme y luché hasta ese día. Pero mis fuerzas comenzaron a decaer lentamente. Yo no quería morir, solo quería dormir un profundo sueño, pero tú me llamabas. No deduje para qué, porque estabas muerta y ya no sentías nada. Eso creí yo. Sin embargo estabas sola en ese otro mundo al que te quisiste marchar, llamándome.
Lánguidamente me levanté del banco y con dificultad comencé a caminar. Ella me sostenía distraída y empecé a descubrir una melodía dulce y serena. Cada vez la sentía más fuerte y las palomas se espantaron cuando intenté silbarla. Ella sonrió y su mirada ya no estaba vacía. Estaba igual que antes, siempre igual. Paciente, expectante, serena, fría y por momentos, desmedidamente cruel. Siempre estuvo igual y más de una vez la miré de cerca, pero no siempre me buscaba. Solo lo hizo cuando su reloj le marcó mi hora.
Encontraron mi cuerpo en el banco de la plaza. Dicen que tenía la cara pálida y los ojos fijos. También tenía el bastón en mi mano izquierda y en mi mano derecha, una foto tuya apoyada en el corazón. ¡Ellos dicen tantas cosas! Pero lo que no dicen es que la mujer joven estaba a mi lado. Ellos no la vieron o tal vez no la reconocieron. Ellos, Adela, los que están vivos, los que creen saber los secretos de este precipitado viaje que te deja desnudo y perplejo. Un viaje que jamás podrán disfrutar si el índice de la parca no los señala. Aquellos mi Adela, a los que aún les golpea un corazón colmado de vida y no se dan cuenta.
Un cosquilleo absurdo y extraño recorrió mi estómago. Se aceleró mi corazón, tanto, que el pecho no podía contenerlo. Mis piernas temblaban de tal forma que todo mi esqueleto se movía. Apareció de la nada y se sentó junto a mí. Sin decir nada, sin hacer nada. No la miré, pero si la sentí muy cerca, tanto, que estaba seguro de que me había rozado el brazo con el suyo. Se me antojó más hermosa de lo que la recordaba. Su cuerpo más frágil y su cabello más claro. Se me antojaron muchas cosas, pero no estaba muy seguro de recordarla bien, porque la había visto una sola vez, hacía mucho tiempo. Ella pasó junto a mi sin mirarme, sin tocarme, distraída y concentrada al mismo tiempo. Yo era más joven y apuesto, pero ella no me vio, o tal vez no quiso hacerlo. Fue hace mucho tiempo. Recordando su paso firme, me encontré con seres queridos que no veo a menudo. Ni tan siquiera se donde están. Apenas se donde estoy yo. Creo que me susurró algo pero no le entendí y solo sonreí. Pero ella estaba muy seria. No interpreté lo que me dijo, no la escuché, sin embargo estaba seguro de su susurro. Sentí su aliento, más no su voz.
Ella continuó seria y yo tenía la certeza de que no sonreiría jamás. Las palomas se acercaron a mis pies, buscando la comida que todos los días les traía. Siempre a la misma hora y en el mismo banco de la plaza. Siempre igual, como desde hacía diez años. Años que estuve en soledad porque ya no quisiste acompañarme más en ese sinuoso y rebuscado camino vital. Ya no tuviste fuerzas ni ganas. Se que te vino a buscar porque le dijiste que querías viajar, irte lejos, a otro mundo. Y no más decir aquello pasó una semana y te llevó. Y ya no te vi más. Y ya pasaron diez años. Todos los días busqué compañía y solo venían las palomas. Y también esta mujer de la cual no sabía nada, aunque ella me conocía bien, porque me hablaba por lo bajo, pero yo no la entendía. Tal vez porque me estaba quedando sordo y ya estaba viejo. Por lo menos eso decía mi cuerpo arrugado, encorvado y lleno de dolores que solo calmaban unos fármacos de colores.
Ella me miraba de vez en vez, esperando que le contestara, pero realmente no sabía lo que me había preguntado.
Hubo cosas que ya no comprendí. Los años no me dejaron razonar de la misma manera. Los engranajes de mi cuerpo no estaban tan lubricados y crujían. Si no hubiera tenido aquel bastón con mango de plata no habría podido caminar. Si no me hubiera puesto la gorra de paño, seguro mi calva se habría congelado. Las canas poblaron toda mi entidad. Estaba ajado y maltrecho. Era el viejo Pablo, mientras ella estaba radiante como la primera vez. Si tú, Adela, hubieses estado allí, inequívocamente habrías despejado todas mis perplejidades. Si hubieses estado. Tenía tantas ganas de verte, de abrazarte, de besarte. Juntos construimos la vida y juntos reforzamos el amor. Juntos, pero tú ya no estabas. Estaba solo, dándole de comer a las palomas de la plaza con esa fantástica mujer. Ya la había visto otras veces, ya la había reconocido entre otros pero ella jamás reparó en mí hasta ese día.
Nuevamente me susurró al oído palabras que no logré descifrar y ante mi contrariedad, me tomó del brazo. La sangre se me congeló. El corazón me latía lento y fuerte. Me sentí cansado. La miré y comprobé que ya no estaba seria, sonreía, tímidamente, pero lo hacía y era más hermosa aún. No dejó de musitarme y tampoco me soltaba el brazo. La vi levantarse y jalarme. Yo no quería levantarme, me dolían mucho las piernas y también los pies y todo el cuerpo. Estoy seguro, Adela, que de haber sido más joven me hubiera levantado sin problemas. También la hubiera escuchado y seguramente me habría animado a preguntarle su nombre. Pero no, ya no era lozano, apenas podía caminar. Apenas podía pensar. Me quería llevar. La miré nuevamente a los ojos y me parecieron vacíos y hermosos. Adela, no te pongas celosa, mujer.
Estaba tan cansado que comencé a creer que ella tenía razón cuando me describió ese otro mundo. También creí que estaba loco y sin embargo, tenía la delicada certeza de tener los pies en la tierra y de haberla visto antes, con el mismo vestido, la misma mirada y la misma expresión inexpresiva de su rostro. La había visto junto a mis muertos. Continuaba tirándome del brazo, cada vez con más fuerza y yo ya no me oponía demasiado. Eran muchos los años que tenía en mi haber y diez los de espera. Que torpe me sentí. Después que te marchaste, estuve esperando a la muerte para que me llevara junto a ti. Estaba convencido que ya no tenía más nada que hacer. Todo era inútil y en vano. Absolutamente todo. Pero sin saber cómo, un tremendo arrebato de vida me obligó a quedarme y luché hasta ese día. Pero mis fuerzas comenzaron a decaer lentamente. Yo no quería morir, solo quería dormir un profundo sueño, pero tú me llamabas. No deduje para qué, porque estabas muerta y ya no sentías nada. Eso creí yo. Sin embargo estabas sola en ese otro mundo al que te quisiste marchar, llamándome.
Lánguidamente me levanté del banco y con dificultad comencé a caminar. Ella me sostenía distraída y empecé a descubrir una melodía dulce y serena. Cada vez la sentía más fuerte y las palomas se espantaron cuando intenté silbarla. Ella sonrió y su mirada ya no estaba vacía. Estaba igual que antes, siempre igual. Paciente, expectante, serena, fría y por momentos, desmedidamente cruel. Siempre estuvo igual y más de una vez la miré de cerca, pero no siempre me buscaba. Solo lo hizo cuando su reloj le marcó mi hora.
Encontraron mi cuerpo en el banco de la plaza. Dicen que tenía la cara pálida y los ojos fijos. También tenía el bastón en mi mano izquierda y en mi mano derecha, una foto tuya apoyada en el corazón. ¡Ellos dicen tantas cosas! Pero lo que no dicen es que la mujer joven estaba a mi lado. Ellos no la vieron o tal vez no la reconocieron. Ellos, Adela, los que están vivos, los que creen saber los secretos de este precipitado viaje que te deja desnudo y perplejo. Un viaje que jamás podrán disfrutar si el índice de la parca no los señala. Aquellos mi Adela, a los que aún les golpea un corazón colmado de vida y no se dan cuenta.
13 comentarios:
Tus amores están tan llenos de desencuentros, querida... Se manifiestan siempre en ausencia del amado. O del amante. No del amante, no. Esa es otra característica que tenés ves: tus amores se manifiestan en ausencia del amado. Habrá que ver por qué te mueve esa faceta del amor.
Ya lo iremos descubriendo. Dime cómo te llamas y te diré quien eres.
ZETA: Tal vez deba decir: "Dime con quién andas y te diré quien eres". Supongo que sus manifestaciones no serán un retruque de mi comentario en su blog, porque de ser así, consideraré que mi estocada fue más severa de lo que creí.
No piense tanto en mi, sino más bien en las historias. Imagine don Zeta, imagine!!
Tenga en cuenta que no me ha dejado abrazos, ni besos, ni tan siquiera saludos.
De todas formas no le guardo rencor y le mando una avalncha de besos!!
Sil
Y qué le hace pensar que pienso Tanto en ud y tan poco en las historias.
En las historias que nos presentas el amor es desencuentro. That's a fact.
(así que quisiste estoquearme)
Hola Sil.
Te he apuntado a un juego.
http://luisbenavent.blogspot.com/2008/02/antes-de-morir.html
Cuando he venido a comunicártelo, he descubierto tu nuevo escrito.
Luego, entro, lo leo y te pongo un comentario sobre el mismo.
Un abrazo.
Luis
Emotivo, impresionante, conmovedor.
Creo que es tu escrito más hermoso.
¡Que hermoso debe ser morir así!.
No dejas de sorprenderme, Sil.
Muchos besos de tu admirador.
Luis
Un tanto lejos, pero muy cerca.
Te invito a mi colina, al fin y al cabo es de sueños.
Saludos cordiales desde Barcelona.
Antonio
Me hace ilusión -como dicen los españoles- tu cuento.
Es bellísimo, lo leí dos veces y aquí estoy, imaginando a Pablo y Adela, como tantos Pablos y Adelas y sus amores.
Me gusta mucho tu manejo de las dimensiones del tiempo.Hoy me llevo la frase que más me conmovió:
"Yo no quería morir, solo quería dormir un profundo sueño, pero tú me llamabas"
Gracias Sil por tus bellas fantasías de vida!
O como esa dama cruel puede llegar a ser hasta dulce. Mientras no se nos lleve de la mano, nos queda andar con esa otra dama misteriosa, la vida, a la que tan poco caso hacemos.
Un abrazo
ZETA: A ver don Zeta, me gustaría decirle tres cosas:
1) Lejos está mi intención y mi querer de que usted piense en mí, más que en mis historias, porque si esto ocurre, su imaginación estaría amenazada.
2) Recuerde, estimado, que el buen crítico se sitúa en la historia misma hasta vivirla y no en los motivos que tiene el autor para escribirla. Por lo tanto, no se preocupe por saber porque me mueve esa faceta del amor y simplemente, disfrute, si es que puede, de la historia y
3) Sigue sin dejarme saludos y ha comenzado a tutearme, ¿debo preocuparme?
LUDWIG: No creo que merezca tanto como tu admiración. Me conformo con que regreses a menudo a visitarme y dejarme una pista de que has estado. En cuanto al juego, te prometo que ingreso a la web que me dejaste y luego te cuento.
DONCEL: Viajaré a tu colina para concer tus sueños. Gracias por la visita.
SUSANA: Me reconforta verdaderamente saber que mis cuentos te hacen ilusión. Evidentemente en el mundo existen demasiados Pablo y Adelas, a veces tan obvios, que jamás reparamos en ellos. Me alegra mucho que siempre encuentres una frase para llevarte.
VAFALUNGO: Exquisito soñador que siempre me visitas. Deberíamos escuchar más los sonidos de esta vida para suavizar el alma.
A TODOS: Muchas gracias por estar siempre!!
Besos enormes!!
Sil
Colega..
Aprecio vuestras nobles palabras, me honra la visita de vuestro mágico velero y sea bienvenida.
Agradezco la invitación hecha y por favor que vuestro velero no se detenga ante marea y tormenta.
Grandes aventuras te esperan, que en las nuevas tierras te ofrezcan los dones de la hospitalidad, que tu vigor no decaiga cuando los nostálgicos días llenen de melancolía tu mente libertaria.
Un afectuoso abrazo...
…y que Dios bendiga vuestra nave...
Termino de leer tus post como prometí y creo que este es tu cuento mas hermoso... Me has dejado boquiabierto con tu prosa, tu estilo, tu elegancia y tu ternura... ya tienes otro fan
Un besote
STEVE: Gracias, aunque no merezco tanto. Me conformo con que regreses a menudo y dejes que yo entre en tu mundo.
Besos
Sil
Lindo escrito, versátil e intrigante.
._.
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