martes, 29 de enero de 2008

Cuando el Sol no está


Hacía tiempo que no mojaba mis pies en el mar. Inmenso, azul, mustio. Estaba frío como siempre y también como nunca. Las olas, de espuma blanca, rompían en la orilla dejando su marca en la arena amarilla. Vienen y se van y vuelven y se marchan. Su constante movimiento obliga a avanzar, a no detenerse, a caminar. Yo camino en silencio, distraída. Nada me estanca. Camino y siento la sal en el aire. Mis labios están salados, mis mejillas, mi cabello húmedo.
El cielo ya no es azul, ni celeste, ni lindo. Es gris y tormentoso, y amenazante. Hacía mucho tiempo que no lo veía así, tan conmovedoramente triste. Seguro pronto comenzará a llover y entonces ya no podré caminar, por lo menos no sin mojarme. Pero ya no me importa.
Las gaviotas vuelan danzando con las olas. Revolotean cerca de mi cabeza en busca de comida. Son preciosas. Son gaviotas. Se confunden con el gris del cielo y el agua ya no está tan azul, ni tan verde. Gris. Un día gris, en un mar gris, con gaviotas grises que revolotean sobre una mujer gris. Pero no importa. Camino sin detenerme y en silencio. Sola y en silencio. No tengo nada que decir, nada en que pensar, nadie en quien reparar. Sola y gris y vacía, y también triste.
Sin saber por qué, giro sobre mis pies y veo mis huellas en la arena, una detrás de otras, cerca y también lejos. Huellas que forman un camino que se corta por el paso del mar y aparecen luego, hondas, profundas, definidas. Huellas que forman un camino andado y dejado atrás. Un camino al fin. Continúo, pero ya no distraída. Pienso y advierto que mi corazón late y siente. Concluyo que no solo camino y pienso y siento, sino que también vivo. Y rápidamente me siento una excéntrica o simplemente una loca.
Voy caminando por la playa de agua gris y arena tostada, que ya no se dora bajo el cielo tormentoso, y pronto comenzará a llover. Me mojaré y sentiré como golpean las gotas sobre mi cara. Sentiré la lluvia fría registrando cada gota en la tostada arena y en el mar. Un mar inmenso que cobija a muchos y mata a otros. Un mar dulce y salado, romántico y angustiante, triste y divertido. Un mar para todos y para ninguno. Un mar. Y yo aquí, caminando, sola como el mar y triste como el cielo y revoloteando mis ideas como las gaviotas. Aquí, justo aquí, pensando y sintiendo tantas cosas que parece que no lo hiciera. Lejos están de formar una armonía de pensamientos y sentidos. Ruidos y golpes y estallidos. Nada más que eso escucha mi alma estremecida. Nada más. Pero los recuerdos luchan y afloran y entonces, cada recuerdo me obliga a elegir entre el olvido y la memoria, pero ya no encuentro la línea que los divide y los confundo, y entonces no se cual es cual. Tengo ganas de llorar y compruebo que en realidad hace tiempo que vengo llorando en silencio, sin mostrar mis lágrimas.
Hacía mucho tiempo que no mojaba mis pies en el mar y mis lágrimas se confundían con la lluvia. Ya no solo el cielo está triste, yo lo acompaño. Ya no solo el mar está solo, yo también. Hoy no ha sido un buen día. Este no es un buen momento para caminar o tal vez si.
Me siento despacio, dejando que mi osamenta se acomode. Sin embargo mis ideas siguen desordenadas. Palabras sueltas comienzan a asomar por detrás de la razón y se impregnan de memoria dejando de ser vocablos sueltos y sin sentido, para transformarse en frases hechas y dichas que me lastimaron haciendo surcos profundos en mi corazón. Surcos imborrables. Las escuché de su boca y pronto se transformaron en lanzas que me atravesaban, sin saber qué hacer ni que decir. Ahora estoy sangrando por dentro y no entiendo y no encuentro remedio.
Se que la amistad es valiosa. Se que es incondicional. Se muchas cosas y en realidad no se nada. Porque él puso en riesgo esta amistad que no le pertenece. Esta amistad donde es un completo extraño invadiéndonos. Pero logró infiltrarse y agrietó ambos corazones y ya no sé como hacer para que deje de sangrar. Tengo miedo y también fe. Soy su amiga y lo sabe. La quiero y también lo sabe. Pero yo dudé y eso no deja que encuentre perdón. Dudé por él. O tal vez dudé porque la duda ya estaba en mí. No. Tejió redes que me condujeron hacia un callejón sin salida y tuve miedo y terminé aferrada a una incertidumbre escalofriante: ¿quién miente?
Él contó su historia de héroe romántico dotado de bonanza que pregonaba la misericordia de su ser. Ella su karma, su disgusto y yo en medio de los dos. Jamás pensé que me engañaran. Cada uno anunció su novela y yo escuché, pero me olvidé de lo que eran en realidad. Y también me olvidé de mí. Él es uno más entre tantos y ella, mi amiga. Nunca debí dudar de su palabra, de sus sentimientos, de su razón. Maldigo mi suerte y también calumnio contra él. Espantosos laberintos que me confundieron. Endemoniadas mentiras que parecían ciertas. Apocalípticas palabras que me dejan varada en medio de mis sentimientos. Un mar de sentimientos realmente.
Las nubes chocan y el cielo está a punto de romperse. Truena y asoman los relámpagos como rayas intermitentes. Yo sigo sentada, mirando como las olas vienen y van. Mis pensamientos también vienen y van y mis ganas de llorar. Si estuviera aquí, en este momento, le pediría perdón o tal vez la abrazaría fuerte, como antes, cuando éramos amigas. Pero a decir verdad aún lo somos, diferentes, pero buenas amigas. Y él no. Nunca lo fue y tampoco lo será. Pero tengo miedo, ya no dudas. Ella no mintió. Él me enmarañó en su discurso armado y fantasioso. Él inventó una novela embustera. Ella no mintió. Y yo, dudé, pero ya no. Ahora tengo temor a lo que vendrá, es decir, al desenlace. A él lo odio porque me arrastró a sentimientos que creí desaparecidos en mí. Lo odio por despertar ese temor espeluznante que deja la duda y la mentira cuando se juntan para romper con la solidez que le brindan los años a las amistades verdaderas. Lo detesto por llevarme a encontrar contestaciones que había guardado en el cajón de los insultos directos y despectivos. Esos que ya no uso y que ahora necesité para terminar con un alud de quimeras que debilitaban mi integridad. Aún está débil y yo, aún siento un dolor agudo en mi orgullo. Aún me duele mi sinceridad. Pero no importa, ya no. Es cierto que estoy triste y que tengo ganas de llorar. Es cierto que estoy sentada en la arena tostada junto a un mar gris agitado, esperando que la lluvia moje mis ideas para refrescarlas y renovarlas. Es cierto que la quiero más aún. También es cierto que me equivoqué. Necesito pedirle perdón. Quiero hacerlo. Quiero sentirme su amiga, como antes. Quizá fueron muchas idas y venidas. Quizá hubieron demasiados personajes en esta historia. Quizá él simplemente sembró esta duda en mí para que yo tenga el trabajo, la obligación, de cosecharla y entonces mi alma no descansará hasta que madure, y florezca y se marchite. Pero puede llevar mucho tiempo. Tiempo que no tengo. Mas el tiempo es sabio y ubica las cosas en sus correspondientes lugares. Debo ser paciente.
Despacio y sin ruido, comienza a llover. Siento la lluvia en mi cara, en mi espalda, en mis piernas. No me levanto. Tampoco me muevo. Quiero disfrutarla. Lentamente el mar se calma y se escucha el roce de la lluvia. Las gotas caminan por mi cara lavándola y pronto me reconozco llorando. Llora el cielo y también mi corazón. Recoge el mar y también mi alma. Se marca la arena y hace lo mismo mi memoria.
Quiero pedirle perdón. Perdón por mis dudas, por mi falta de compromiso. Perdón simplemente por no corresponderla, por no apoyarla, por no apuntalarla. Quiero pedirle que me quiera como antes y me doy cuenta de que ella me quiere como antes. Yo me alejé. Quizá no me exima de mis culpas. Quizá ya no quiera escuchar mis súplicas.
Jamás podrá la razón entender esta culpa siniestra que he alojado en mi alma. Nunca podrá mi corazón reparar el daño que le hago y que me hago. Quiero pedirle tantas cosas, que me olvido de dar. Darle amor, darle confianza, darle todo, aunque tal vez sea poco. Merece más. Debe tener más.
Estoy triste y tengo ganas de llorar. A decir verdad, estoy llorando y no quiero disimularlo. También yo soy débil, frágil. También yo he mentido y he engañado. También yo he esperado mi recompensa. Sin embargo hoy tengo miedo. Me ahuyenté y la dejé sola ante un monstruo espantoso y desmedidamente cruel. La dejé a solas con él. Ella dirá que lo permitió, que también tiene responsabilidad en toda esta macabra historia. Y es verdad. Pero cada una carga con sus culpas y estoy segura de que mi alejamiento no responde a sus actitudes.
La lluvia no cesa y se hace un poco más intensa. Ahora si empapa, pero no me muevo. Continúo sentada, abrazando mis piernas y apoyando el mentón sobre mis rodillas. Tengo recuerdos, anécdotas, llantos, risas y sueños grabados en mi memoria. Tengo impresiones y sentimientos guardados en el corazón y también tengo la magia especial que siempre nos acompañó, impregnada en el alma. Entiendo que me retiré para no disputarla. Reconozco que la dejé en soledad. Asumo mis culpas, mas no quiero estar lejos. Tengo mucho y no tengo nada.
Hoy le conté mi sentir y la vi desmoronarse. Hoy le hablé de mis miedos y mis dudas y comprendió que sus temores se hacían palpables. Hoy ha cambiado todo. Hoy dejó de ser ayer. Sentí sus lágrimas como dardos en mi alma y aún me pregunto si valió la pena hablar. Quise ser honesta y me llené de angustia. Dije la verdad y me colmé de lastres. Aún la quiero, y más. Se que nuestra amistad permanece, que no se extinguió. No se rompió pero si se filtraron sentimientos que no tenían cabida. Tengo que desterrarlos para que la calma vuelva, para que ya no tenga ganas de llorar.
Creo que continuará lloviendo todo el día. El cielo sigue gris y el mar colecciona gotas de lluvia. Yo sigo triste y acumulo soledad. Necesito verla y abrazarla y también mirarla a los ojos y decirle una verdad más. Ya sabe que la quiero, que me separé y quiero volver. Sabe que es especial y única para mí. Sabe todo esto y quiero que también lo sienta, sin embargo tengo una verdad más para decir. Él reconoce el sabor de una batalla ganada y yo me quedo con la amarga derrota. De todas formas esto no es el final. No quise disputarla para no lastimarla e igual lo hice. No quise defenderla porque no era mi historia y cuando intenté hacerlo, él me llenó de dudas que desembarcaron en esta pésima soledad. Pero estoy de pie, sangrando y lastimando, pero de pie. Se que no puedo enfrentarme a nada ni a nadie, pero aún estoy viva y ella, aún está a mi lado.
Me incorporo y observo el mar con detenimiento. Reparando en cada ola que rompe en la orilla y vuelve al mar, a donde pertenece. Van y vienen y vuelven a venir. El mar alimenta y mata. El mar se parece a una amistad: a veces claro y calmo y a veces, revuelto y oscuro. Pero siempre ahí, firme y suave. Siempre dejando que vayan y vengan sus olas, que lleven y que traigan. Nuestra amistad siempre se reconoció en el mar calmo y claro, con olas que apenas se movían. Hoy la tormenta también llegó y enturbió el agua y la movió, provocando olas inmensas que arrasaban con todo, incluso con nosotras.
Ya no se cuantas lágrimas he derramado. Seguro que han de servir. Tampoco se cuantas ha llorado ella. Seguro han de servir. Camino otra vez. Sola. Convencida de mis yerros y visualizando salidas posibles que recuperen lo dañado. Nada se perdió, simple y complejamente se transformó. Nunca el sol se apaga, se esconde detrás de las nubes, detrás de la luna, pero no se apaga. Tampoco nuestra amistad lo hizo y es por esa razón que voy hacia su casa. Necesito decirle que he vuelto, que no podría continuar sin involucrarla en mi vida. Quiero que sienta mi energía, mis ganas de, mi cariño y aunque no se si aceptará mi corazón quebrado, debo intentarlo. Nunca el sol se apaga, tampoco mi sentir. Y es por ese sentir que avanzo. Aún tengo algo para darle. Quiero hacerlo. Aún tengo una verdad más para contarle. Necesito que vuelva a brillar y que cada rayo que despida, ilumine su sonrisa.
Hay días en los que el sol no está, pero aparece. Hay momentos en los que la amistad se descompone, pero se arma nuevamente. Existen sentimientos que se ocultan para luego mostrarse puros y fuertes. Existe un amor que hemos forjado que jamás desaparecerá, aunque el sol ya no esté.

lunes, 28 de enero de 2008

La Duda

Tengo una duda y tal vez no encuentre para ella, la respuesta adecuada. Tal vez. Pero insistentemente surge la necesidad de darle forma a esta vacilación que tiene nombre, cuerpo y alma. Ojalá no los tuviera. Ojalá todo desapareciera. Pero no.
Mi humanidad me hace tan perseverante que no podré encontrar la paz que mi espíritu reclama, hasta no llamar a cada una de las cosas por su verdadero nombre. Pero, ¿cual es la verdad? Los sentimientos se divierten con la razón y esta entra en un laberinto donde la salida, que siempre estuvo, no se visualiza con claridad.
No se puede olvidar lo vivido. No se puede llorar por lo que pudo ser. No se debe. Lo que fue pasó y nada puede quitarnos el privilegio de tenerlo guardado celosamente en el alma. Y a pesar de todo ya no seremos los mismos. Porque el tiempo no ha parado y nos encuentra en lugares diferentes y lejanos. Porque cada uno formó nidos distintos. Porque ya nada es igual y aunque nos volvamos a encontrar, nada, absolutamente nada, será igual.
Rompimos ese hielo que por mucho tiempo nos congeló el corazón y lo dejó sin sentir, sin amor. Nos derretimos de pasión hasta fundirnos. Pero nada es para siempre y esta pasión estaba condenada de antemano, a ahogarse en el mar de las realidades.
Muchos años de espera. Poco tiempo de pasión y una verdadera eternidad de recuerdos y sensaciones.
Varias cosas me recuerdan tus gestos, tu cuerpo, tu orgullo y tu sencibilidad. Aun siento tus manos recorriendo mi cuerpo. Aun siento tu voz susurrándome al oído. Aun te siento. Y es en este preciso momento que surge mi duda. Necesito encontrar la respuesta, pero no es tan simple ni tan superficial. Se que nada hubiera prosperado entre nosotros, porque abismos separan nuestras mentes y nuestras razones. Nuestras acciones jamás se acercarían. Sin embargo, logramos conectarnos y surgió un buen pacto entre ambos. Un acuerdo de silencio y respeto por nosotros y por los otros, pero aún así, tampoco resultó.
Entiendo cada uno de los ítem que tildaron esta historia, incluso, el del amor, porque se que no existió realmente y tampoco hoy existe. Pero continúo con mi duda y cada vez me carcome más y más y ya casi es insoportable. Debo preguntarle. Necesito hacerlo. ¿Y si su respuesta no es la que espero? ¿Qué hago con ella? ¿Y con él? No importa. Solo necesito quitarme esta espina que se clava en mi mente como un frío puñal. Debo hacerlo, quiero hacerlo.
Solo necesito encontrarlo en el momento justo y oportuno para preguntarle. Pero tal vez ese momento no llegue jamás. Quizás jamás lo encuentre o posiblemente no me conteste, porque mi duda puede remover lo que está sepultado. Ella desnudará su alma y la liberará de ataduras. ¿Me contestará? ¿Me animaré a preguntar? ¿Y si no estoy preparada para escucharlo? y ¿aunque esté lista?
Tengo una duda que me atropella, que me destroza y que jamás despejaré. Tengo una duda y moriré con ella.

martes, 22 de enero de 2008

La rutina y el amor

Historias de hombres y mujeres. Historias de amor y de odio, de venganza y de traición. Historias simplemente. Y en cada una existen miradas diferentes, internas, profundas, cortantes. Historias que forman un destino que separa, que quita, que arrastra. Destino infalible, inevitable, contundente. Destino que en ocasiones se transforma en soledad. Amarga soledad que se arraiga a cada ser sumergiéndolo en una oscuridad macabra que hiere, que duele. Entonces la pregunta brota: ¿Qué pasa con la felicidad? ¿Dónde la dejamos?
En realidad nunca dejamos nada. Solo escondemos, disfrazamos, pero jamás dejamos aquello que una vez fue nuestro. Y entonces todo se vuelve pesado, es un estigma, una carga que llevamos en nuestra memoria y en el alma.
¿Y el amor? ¡Amor! Esa palabra que provoca una sonrisa en los labios, que llena de ilusiones, que obliga a viajar a una tierra desconocida y soñada, que simplemente arrebata toda realidad. Y la pasión. Que quema por dentro, necesaria, disfrutable, placentera. Tal vez da un placer especial, porque con ella se encuentra el impulso para cumplir las fantasías. Placer real de sentir al otro, de tocarlo, de adorarlo al límite mismo de la razón. Pero cuando todo se acaba, cuando saciamos ese fuego interno, un hachazo nos devuelve a la vida diaria en mil pedazos con la confusión propia del amor.
Y allí nos aguarda ella, la implacable rutina. Así aparece. Silenciosamente se instala y echa raíces en nuestras vidas. Vivimos y morimos con ella sin darnos cuenta. ¿Quién la envía? ¿Qué busca? Seguramente la compañía del indeciso, del inseguro. Lo mismo, siempre lo mismo. Es ella, la maldita rutina y no otra, la que nos marca y nos guía por caminos más constantes, más estables.
La rutina y la soledad son fieles amigas que no se apartan jamás del hombre racional, del hombre concentrado en sus razones, pero nunca podrá con el soñador, con el aventurero. Con él combate diariamente para lograr que abandone sus sueños, sus amores, sus locas pasiones, y sin embargo, pocos se dan cuenta de que está presente. Todos creen vivir sin ella.
La rutina. Esa que asoma cuando los recuerdos se hacen insostenibles, cuando nos obligamos a ocupar, sistemáticamente, el tiempo. Entonces ya no habrá lugar para pensar distinto, para sentir diferente, para soñar. Entonces será inevitable, será inamovible.

lunes, 21 de enero de 2008

Salvador Dalí V


Deja que tu mar me abrace hasta bañar mis ganas y así, sentir tu sal en mi piel.
Haz que tu sol ilumine este amor y fundámonos de pasión.

CONFIANZA

Existe un vocablo que se lo obsequiamos a unos pocos y que resulta tremendamente fácil perder. En ocasiones lo acompaña la amistad, en otras no. Es quien nos hace descansar nuestros males, nuestros amores y nuestras ilusiones en el otro. Pero cuando se exige, se quiebra en mil pedazos dejándonos un vacío enorme en el alma.
Hablo de la confianza. De esa que cuando falta nos hace sentir desnudos y solos. De esa que cuando está, también puede arruinarnos por completo. ¡Qué contrariedad! Confiamos y desconfiamos al mismo tiempo. ¿Acaso es un error hacerlo? ¿Cómo saber cuando nos aman y cuando nos odian, si la vida es un simple disfraz de sentimientos, de poderes, de mentiras y de también de verdades? ¿Cómo saber cual es el real confidente? Tal vez no lo tengamos y tampoco lo seamos. ¿Dónde nos traiciona el ímpetu, el aborrecimiento, el apego? ¿Quién tiene la última palabra? Nadie, porque nadie puede ni debe juzgar ya que cada uno es juez y parte de su propia vida. Vida demasiado subjetiva. Vida cargada de diferentes sensaciones, de otras sensaciones.
Confianza. Imperiosa compañía que resulta letal.
Hablar de confianza sugiere además, hablar de sentimientos. Entonces caminamos sobre un terreno sumamente inconsistente y frágil. Es el sentimiento, nuestra carta de presentación y también nuestra carta de despedida. Es el responsable de recorrer cada uno de nuestros rincones y recordarnos que estamos vivos, que existimos, que amamos, que sufrimos, que confiamos y desconfiamos. Sin embargo, resulta muy difícil ponerle palabras al sentir sin equivocarnos, sin cometer yerros que lo desdibujen. Quizás no deberíamos decir lo que sentimos, sino simplemente, sentir. Pero la condición humana es terca y se empeña en ponerle nombre a todo. Necesitamos etiquetar absolutamente todo como si nos olvidáramos de las cosas y justamente, se nos olvida sentir. Entonces reconocemos que todo lo dicho no es suficiente y ya no encontramos palabras adecuadas, y siempre nos queda algo en el tintero, dejando nuestra obra inconclusa y razonamos que las palabras llegan a ser malditas y frías porque nos condenan, pero también nos salvan. De todas formas, aunque pronunciemos vocablos de los cuales no estemos seguros de que reflejen nuestros sentimientos y tengamos la duda constante de que el otro nos haya entendido, terminamos siendo felices de poder sentir, de poder amar, y nos queda en nuestro interior, esa seguridad que nos pinta una sonrisa en los labios y le da brillo a nuestros ojos.

lunes, 14 de enero de 2008

Salvador Dalí IV




Las mariposas de mi alma buscan el exquisito calor que otorga la primavera de tu amor. Quiero encontrarla y sentir como se derriten sus alas de colores, esperando desesperadamente, morir en tus brazos ardientes.

miércoles, 9 de enero de 2008

MI CONFESIÓN

He decidido mostrar este sentimiento tan primitivo como real, que me oprime con firmeza.
Durante mi vida razonable, es decir, desde que he tomado conciencia y mando de mis actos, he sido escéptica a las creencias religiosas, llámese cristianismo, budismo, o lo que sea. He creado así, mis creencias, mis santos y mis dioses. Tengo por mandamientos los que dicta el corazón y la razón, aunque a veces no son compatibles y mis pecados, son aquellos que perjudican al otro dándole una estocada feroz.
No tengo más reglas que la búsqueda incansable de la felicidad y la he descubierto ciento de veces camuflada en diversas formas y hechos.
Siempre he conservado mi fidelidad al amor y a las amistades verdaderas, aún cuando mis diablos me han tentado. ¡Mis diablos…! Cada uno tiene el diablo que se merece y eso, es una verdad que he podido comprobar en más de una ocasión.
Sé que estoy lejos de la perfección y así quiero estar. Tengo mis buenas cosas y también cargo con las malas, las que resaltan las buenas, las que pesan, las que cooperan en mi forma de ser y de caminar por esta vida. Sé cual es el color del cristal con el que miro ésta, mi vida y aunque en más de una oportunidad he golpeado mi cabeza contra un suelo por demás duro, no he dejado de sonreír. También guardo una moneda para Caronte, para cuando llegue mi hora.
Todo lo antes dicho parece bueno si tomo en cuenta el conocimiento de mis virtudes y también de mis limitaciones, sin embargo, no escapo a los sentimientos más primitivos que todo ser humano posee y guarda en los rincones más oscuros de su corazón, su alma y también de su mente. Sentimientos profundos que despiertan para recordarnos que no somos máquinas insensibles y nos abofetean una y otra vez espabilándonos.
No puedo, por naturaleza y conciencia, desear el mal, pero hay injusticias que me perturban. Y no hablo de injusticias groseras, sino de las pequeñas, de las que te carcomen lentamente. Me refiero a merecer o no. ¿Y quién soy yo para juzgar? Nadie, pero ¡cómo duele! Sería demasiado hipócrita si no lo dijera.
¡Pero debo ser más clara!
Realmente me destroza el alma, saber que él camina por campos fértiles, llenos de bonanza y prosperidad cuando siempre huyó a los compromisos del alma y a las formalidades del amor. Solo me resta decirle que deseo que ese capullo lleno de luz y amor que viaja hacia este mundo, le muestre y demuestre, que la vida no es una teoría sino una práctica compleja, donde lo único seguro es que jamás alcanzará la perfección porque todo es cuestión de percepción, y siempre, absolutamente siempre, los asuntos terrenales se resuelven en esta vida. Es así que le he pedido una ayuda extra a mis santos para verte en el ruedo, domando tus propias quimeras, que por cierto, ya se advierten demasiado hurañas.
Por lo tanto, aquí estoy, decadente amigo, observando desde mis trincheras, con el verbo afinado y el corazón demasiado irritado, esperando mi oportunidad para verte sucumbir ante una realidad que comenzará a azotar tus estúpidas ideas existencialistas y entonces, tus característicos disfraces, esos que tantas veces me confundieron, irán cayendo lentamente, desnudándote y mostrándole al mundo todo, que tu alma tiene el símbolo de la traición marcado a fuego.

martes, 8 de enero de 2008

SIN TI

Te estoy leyendo
sin prisas, sin pausas,
con mi mente cansada.

Te estoy amando
con este latido
de corazón triste.

Te estoy soñando
junto a mis lunas,
eternamente.

No quiero leerte,
amarte ni soñar.
Quiero vivir, sin ti.

lunes, 7 de enero de 2008

Salvador Dali III



Navegando mis peores tormentas he visto tu luz, sin embargo, es tu boca quien las calma.

miércoles, 2 de enero de 2008

Salvador Dalí II


Mis barcos estan cargados de sueños de colores y de libertades eternas. Mis suaves velas se izarán para recibir la brisa del levante y con ella, viajaré por todos tus mares, buscándote.



HOY

Hoy, sentada en la vereda, mientras sentía el sol en mi cara, he vuelto a recordar mis penas. He creído ver mis fantasmas dando vueltas por la casa. No me asustan, más no me dejan tranquila. Cargo con ellos desde que era una niña y he logrado guardarlos en cofres cerrados dentro de mi mente. Sin embargo, hay veces en las que se escapan y rompen con la paz que, con esfuerzo, he obtenido. No son muchos mis fantasmas, pero son grandes y pesados y tristes. Quieren devolverme la melancolía que ya desterré. Necesitan arrastrarme al pasado para que no los deje solos. Y yo, no quiero. Son grises y algunos tienen una palidez mortal. Pero no están muertos y tampoco están tan guardados como creía. Y también me asustan más de lo que demuestro.
Hoy aparecieron y se burlaron de mis sueños. Dicen que ya estoy grande para tantas fantasías y yo creo que no, que en realidad estoy grande para fantasmas. Pero insisten y se ríen por lo bajo y me estremecen. No quiero oírlos y sin embargo lo hago. Es que viven en mi cabeza y se ríen y yo, simplemente lloro. Eso quieren, que llore, que siempre esté triste y yo no quiero. Ya sufrí mucho por caminar con ellos a cuestas.
Creí enclaustrarlos, pero se escaparon otra vez. Tengo que cambiar la cerradura de mis cofres. Ya no quiero escucharlos. Tienen una risa horrible, ruidosa y llena de tormentos.
Debo atraparlos y reacomodarlos, pero no es tan fácil. Cada vez que salen me lastiman y me hacen caer, entonces ya no puedo capturarlos porque corren muy rápido, se escabullen y se burlan y también se esconden, entonces creo que se fueron para siempre, pero cierro mis ojos y otra vez se muestran, más grises y más grandes que antes. Me asustan.
No quiero que me vean aterrada, llorando por los rincones, porque seguro, se van a reír más y más. Ya no se que hacer. No los quiero a mi lado, pero no se alejan. ¿Y si los mato? Pero no sé cómo se mata a un fantasma. Dicen que son eternos. Entonces no los puedo matar. Tengo que encerrarlos y cambiar las cerraduras de mis cofres para que no se fuguen de nuevo. Pero tengo que apresarlos y para eso debo enfrentarlos y sé que se van a burlar de mí. Seguramente me ponga a llorar y en ese preciso momento se van a diluir todas mis fuerzas y ya no voy a poder recluirlos jamás.
Hoy volvieron y están más grandes. Yo los vi, grises y torturantes, carcajeándose de mi vulnerabilidad. Dicen que basta con asomarse en mi vida para que yo caiga de rodillas implorando que se alejen y no vuelva a levantarme. Y es cierto. Pero ya no quiero caer, ni verlos, ni llorar.
Quizá si los aprisiono se mueran en el cofre del olvido. Y tal vez yo me olvide de ellos. En realidad yo creí haberlos olvidado y sin embargo hoy, se mostraron. Hoy, justo cuando te vi pasar por la calle, y me saludaste y yo no supe que hacer. Hoy, cuando el sol me daba en la cara, oí tu voz otra vez y me volví niña y temí. Yo no quería verte, ni recordarte. No quería que mis fantasmas se despertaran del olvido. Hoy te vi y después de mucho tiempo, me sentí indefensa y pequeña, como aquella vez. Todos mis pilares se derrumbaron cuando me miraste. Creí que no me reconocerías. Pensé que me habías olvidado y yo también creí hacerlo. Pero no. Hoy en la calle, cuando me miraste, sentí tus manos grandes y ásperas tocándome y tus labios rozándome, igual que cuando era una niña. Hoy tus canas desaparecieron y mis fantasmas volvieron gigantes y poderosos como tú y yo me transformé en aquella niña de cabellos largos y sonrisa pálida.
Hoy, justo hoy, entendí que ni tan siquiera el día de tu muerte, enterraré a mis fantasmas. Vivirán conmigo para siempre y solo cuando yo me muera, ellos morirán, pero tampoco estoy segura que me dejen en paz bajo tierra. Hoy ha sido un mal día. Hoy he vuelto a recordar. Hoy comprendí que jamás me voy a desprender de ellos y esa será mi lucha eterna. Hoy, en realidad, te volví a ver, y toda mi fortaleza se derrumbó, demostrándome que sigo siendo la misma niña que ahora se viste de mujer.