He decidido mostrar este sentimiento tan primitivo como real, que me oprime con firmeza.
Durante mi vida razonable, es decir, desde que he tomado conciencia y mando de mis actos, he sido escéptica a las creencias religiosas, llámese cristianismo, budismo, o lo que sea. He creado así, mis creencias, mis santos y mis dioses. Tengo por mandamientos los que dicta el corazón y la razón, aunque a veces no son compatibles y mis pecados, son aquellos que perjudican al otro dándole una estocada feroz.
No tengo más reglas que la búsqueda incansable de la felicidad y la he descubierto ciento de veces camuflada en diversas formas y hechos.
Siempre he conservado mi fidelidad al amor y a las amistades verdaderas, aún cuando mis diablos me han tentado. ¡Mis diablos…! Cada uno tiene el diablo que se merece y eso, es una verdad que he podido comprobar en más de una ocasión.
Sé que estoy lejos de la perfección y así quiero estar. Tengo mis buenas cosas y también cargo con las malas, las que resaltan las buenas, las que pesan, las que cooperan en mi forma de ser y de caminar por esta vida. Sé cual es el color del cristal con el que miro ésta, mi vida y aunque en más de una oportunidad he golpeado mi cabeza contra un suelo por demás duro, no he dejado de sonreír. También guardo una moneda para Caronte, para cuando llegue mi hora.
Todo lo antes dicho parece bueno si tomo en cuenta el conocimiento de mis virtudes y también de mis limitaciones, sin embargo, no escapo a los sentimientos más primitivos que todo ser humano posee y guarda en los rincones más oscuros de su corazón, su alma y también de su mente. Sentimientos profundos que despiertan para recordarnos que no somos máquinas insensibles y nos abofetean una y otra vez espabilándonos.
No puedo, por naturaleza y conciencia, desear el mal, pero hay injusticias que me perturban. Y no hablo de injusticias groseras, sino de las pequeñas, de las que te carcomen lentamente. Me refiero a merecer o no. ¿Y quién soy yo para juzgar? Nadie, pero ¡cómo duele! Sería demasiado hipócrita si no lo dijera.
¡Pero debo ser más clara!
Realmente me destroza el alma, saber que él camina por campos fértiles, llenos de bonanza y prosperidad cuando siempre huyó a los compromisos del alma y a las formalidades del amor. Solo me resta decirle que deseo que ese capullo lleno de luz y amor que viaja hacia este mundo, le muestre y demuestre, que la vida no es una teoría sino una práctica compleja, donde lo único seguro es que jamás alcanzará la perfección porque todo es cuestión de percepción, y siempre, absolutamente siempre, los asuntos terrenales se resuelven en esta vida. Es así que le he pedido una ayuda extra a mis santos para verte en el ruedo, domando tus propias quimeras, que por cierto, ya se advierten demasiado hurañas.
Por lo tanto, aquí estoy, decadente amigo, observando desde mis trincheras, con el verbo afinado y el corazón demasiado irritado, esperando mi oportunidad para verte sucumbir ante una realidad que comenzará a azotar tus estúpidas ideas existencialistas y entonces, tus característicos disfraces, esos que tantas veces me confundieron, irán cayendo lentamente, desnudándote y mostrándole al mundo todo, que tu alma tiene el símbolo de la traición marcado a fuego.