
(Este es un fragmento de la novela "Deshojando Margaritas" de mi autoría. Solo un fragmento...)
A menudo las certezas se pierden y ya solo queda la duda. Pilar contenía sus vacilaciones con dificultad, sumergiéndolas en mares de recuerdos que se desintegraban tristemente. Su pulso agobiado luchaba por abrirse paso, mientras Andrés despejaba sus inseguridades con avidez, aunque reconocía que la nostalgia le calaba muy hondo. Ambos sentían que necesitaban de las benditas quimeras que le dan tonalidades diferentes a la vida, jugando y permitiendo avanzar por senderos poblados de luces y fantasías. Necesitaban una primavera para sus corazones heridos, un florecer del alma, Requerían aves fugaces, de paso, que le devolvieran un poco de lo perdido y que ayudaran a desatar los lazos de piel tan fuertemente anudados. El camino juntos ya había culminado y ahora las esperanzas comenzaban a sucumbir. Uno a uno los sueños dejaron de alimentarse y pronto murieron en el regazo de la soledad. El alma se fue despoblando de compromisos y los tatuajes eternos desaparecieron como por arte de magia. Pronto descubrieron que nada los unía, nada los ataba, nada les impedía renacer, como el ave fénix, de las cenizas de aquel amor. Resuelto esto, el camino comenzaba nuevamente. Un camino diferente, lleno de sueños, ilusiones y miles de mentiras piadosas que pronto se convertirían en armas fundamentales para atrapar presas.
Regularmente la vida da revancha y aquellos asuntos pendientes vuelven a aparecer para ser resueltos. Sin descanso, el tiempo camina y camina, encontrando nuevas caras, nuevos cuerpos, nuevas vidas. Sencillamente, todo continua sin importar que tan lacerado haya quedado el corazón y hasta el astro rey, que por momentos no aparece, día a día surge y con él, la brisa fresca que renueva las emociones, quitándoles las telas de araña.
Con cierta furia, secó sus lágrimas y volvió a mirar hacia la calle. Nada había cambiado, pero se le antojó diferente. Quizás porque su memoria se había activado y pronto, fragancias y gustos la atiborraron despertándola aun más. Comprobó que el pañuelo de su alma ya no secaba tantas lágrimas y tampoco ocultaba su aflicción, pero a pesar de todo, aún lo soñaba porque simplemente, lo amaba. Parsimoniosamente comenzaban a quedar atrás, aquellos momentos sublimes que tanto la extasiaron y como por acto reflejo, llevó sus manos hasta su cara y frotó sus ojos hasta sentirlos irritados. Con ellos aún cerrados, cargó sus pulmones de aire y sin perder más tiempo, entró en un mundo pasional lleno de juegos solitarios de los cuales se sale con la piel quemada y el corazón ensordecido por tantos gemidos. No quiso cuestionarse y comenzó a recorrer su cuerpo sin prisas, deteniéndose donde su deseo le marcaba y gozando con cada movimiento. No reparó en ningún detalle ajeno a ese instante tan elevado, tan colmado de aromas. Continuó lentamente mimándose hasta verse tumbada en el sofá con las piernas semiabiertas y el sexo húmedo, agitado el pulso y las mejillas sonrojadas de pudor. Una vez más cerró sus ojos y dejó caer todas sus estructuras intentando no mirar hacia atrás. Quiso quererse una vez más y abrazó su propio cuerpo desnudo y sudoroso, oprimiéndose en demasía. Tanto se aferró a si misma, que Morfeo la acunó y el sol la sorprendió luego, durmiendo en el sofá, con el cuerpo enteramente desnudo pero ya sin recuerdos agobiantes ni humedades extrañas. Sola como cada mañana en estos dos años, pero con el olor a éxtasis en su piel y un pedido urgente en sus labios: compañía.
La mañana fresca regalaba ilusiones, tantas, como estrellas tenía la noche. Sintió una sensación extraña en su estómago, similar a miles de mariposas revoloteando y haciéndole cosquillas. Sintió su sangre caliente correr por sus venas velozmente y una emoción singular oprimiéndole el pecho. Tantas fueron sus sensaciones, que pronto su mirada se despejó y echó a un lado las lagrimas y la congoja. Pero por un breve instante, creyó que volvería a su estado original y nuevamente se sumergiría en su rutina lejana. Sin embargo, obvió la más tremenda de todas las realidades. Jamás volvería a ser la misma. Intentó tomar su vida como un juego y fue el amor quien jugó con ella, transportándola a lugares alejados dejándola en medio de la soledad, con el espíritu destrozado y partida su esencia. Más, ahí estaba, recuperándose de los latigazos anteriores, alzando la vista hacia un sol que la cegaba, pero le calentaba el alma. Un sol que jamás desaparece, aun cuando una nube gris de tormenta, le impida desplegar sus rayos. Inmóvil, intentado readaptarse al nuevo día, respiraba el aire fresco. Lentamente, alzó la mano izquierda y miró su reloj de agujas grandes y blancas. Quince minutos para las ocho. Quince minutos para salir de su casa hacia el trabajo. Pasó su mano por el cabello despeinado y se encaminó hacia el baño. Tomaría una ducha y luego, café mediante, comenzaría el día, como siempre y como nunca. A medida que avanzaba, una sonrisa tímida se le instalaba en los labios buscando quedarse para siempre. Pronto el tiempo la reconocería en lugares distintos, con gente diferente, intentando desterrar los viejos sueños.