Hoy, sentada en la vereda, mientras sentía el sol en mi cara, he vuelto a recordar mis penas. He creído ver mis fantasmas dando vueltas por la casa. No me asustan, más no me dejan tranquila. Cargo con ellos desde que era una niña y he logrado guardarlos en cofres cerrados dentro de mi mente. Sin embargo, hay veces en las que se escapan y rompen con la paz que, con esfuerzo, he obtenido. No son muchos mis fantasmas, pero son grandes y pesados y tristes. Quieren devolverme la melancolía que ya desterré. Necesitan arrastrarme al pasado para que no los deje solos. Y yo, no quiero. Son grises y algunos tienen una palidez mortal. Pero no están muertos y tampoco están tan guardados como creía. Y también me asustan más de lo que demuestro.
Hoy aparecieron y se burlaron de mis sueños. Dicen que ya estoy grande para tantas fantasías y yo creo que no, que en realidad estoy grande para fantasmas. Pero insisten y se ríen por lo bajo y me estremecen. No quiero oírlos y sin embargo lo hago. Es que viven en mi cabeza y se ríen y yo, simplemente lloro. Eso quieren, que llore, que siempre esté triste y yo no quiero. Ya sufrí mucho por caminar con ellos a cuestas.
Creí enclaustrarlos, pero se escaparon otra vez. Tengo que cambiar la cerradura de mis cofres. Ya no quiero escucharlos. Tienen una risa horrible, ruidosa y llena de tormentos.
Debo atraparlos y reacomodarlos, pero no es tan fácil. Cada vez que salen me lastiman y me hacen caer, entonces ya no puedo capturarlos porque corren muy rápido, se escabullen y se burlan y también se esconden, entonces creo que se fueron para siempre, pero cierro mis ojos y otra vez se muestran, más grises y más grandes que antes. Me asustan.
No quiero que me vean aterrada, llorando por los rincones, porque seguro, se van a reír más y más. Ya no se que hacer. No los quiero a mi lado, pero no se alejan. ¿Y si los mato? Pero no sé cómo se mata a un fantasma. Dicen que son eternos. Entonces no los puedo matar. Tengo que encerrarlos y cambiar las cerraduras de mis cofres para que no se fuguen de nuevo. Pero tengo que apresarlos y para eso debo enfrentarlos y sé que se van a burlar de mí. Seguramente me ponga a llorar y en ese preciso momento se van a diluir todas mis fuerzas y ya no voy a poder recluirlos jamás.
Hoy volvieron y están más grandes. Yo los vi, grises y torturantes, carcajeándose de mi vulnerabilidad. Dicen que basta con asomarse en mi vida para que yo caiga de rodillas implorando que se alejen y no vuelva a levantarme. Y es cierto. Pero ya no quiero caer, ni verlos, ni llorar.
Quizá si los aprisiono se mueran en el cofre del olvido. Y tal vez yo me olvide de ellos. En realidad yo creí haberlos olvidado y sin embargo hoy, se mostraron. Hoy, justo cuando te vi pasar por la calle, y me saludaste y yo no supe que hacer. Hoy, cuando el sol me daba en la cara, oí tu voz otra vez y me volví niña y temí. Yo no quería verte, ni recordarte. No quería que mis fantasmas se despertaran del olvido. Hoy te vi y después de mucho tiempo, me sentí indefensa y pequeña, como aquella vez. Todos mis pilares se derrumbaron cuando me miraste. Creí que no me reconocerías. Pensé que me habías olvidado y yo también creí hacerlo. Pero no. Hoy en la calle, cuando me miraste, sentí tus manos grandes y ásperas tocándome y tus labios rozándome, igual que cuando era una niña. Hoy tus canas desaparecieron y mis fantasmas volvieron gigantes y poderosos como tú y yo me transformé en aquella niña de cabellos largos y sonrisa pálida.
Hoy, justo hoy, entendí que ni tan siquiera el día de tu muerte, enterraré a mis fantasmas. Vivirán conmigo para siempre y solo cuando yo me muera, ellos morirán, pero tampoco estoy segura que me dejen en paz bajo tierra. Hoy ha sido un mal día. Hoy he vuelto a recordar. Hoy comprendí que jamás me voy a desprender de ellos y esa será mi lucha eterna. Hoy, en realidad, te volví a ver, y toda mi fortaleza se derrumbó, demostrándome que sigo siendo la misma niña que ahora se viste de mujer.
4 comentarios:
Hola Sil. Fuerte lo tuyo. No pretendas matar a los fantasmas. No se puede. Ya están muertos. No queda otra que convivir con ellos. Y la melancolía no hace más que crecer con los años. Pero es tibia esa tristeza. Y es profunda y es necesaria. Sólo los imbéciles viven sumergidos en una alegría boba y eterna. No eches a tus fantasmas, invitalos a entrar y a tomar algo contigo. Lo único que lo hace a uno feliz, si no es un nabo, es la profundidad de los sentimientos y eso sólo se consigue aceptando que nuestros fantasmas nos acompañen. Mirá que con los años cada vez son más. Te lo dice un abuelito.
Un beso
Santi
Sil, esto de los blogs es nuevo para mi y este intercambio de escritos se me ha vuelto obsesivo. Me la paso leyendo y escribiendo comentarios y leyendo los comentarios de otros. Casi me he dejado raptar por esto. Es que he descubierto una vida paralela que crece al costado de la mía y se conecta con ella pero me multiplica las posibilidades. La vida está poblada de fantasmas, como tú decís, y a veces nos sacan el aire, pero también son una profundización que los superficiales no vivirán nunca.Lo que escribís tiene esa profundidad de abismo y vivir con eso no es fácil, pero como dice el troesma Santi, acá arriba, lo otro casi no es vida: es de nabos. Es pobreza del espíritu. Pensaba ahora leyendo lo tuyo que es más llevadero convivir con mis fantasmas cuando en la soledad de esa lucha aparece gente que te acompaña y escribe cosas como las tuyas. La empatía y la comunicación forjan los mejores escudos. Cada vez que escribís y otro te lee, el fantasma se va a la cucha. Abrazo
Ah creo que como dice Santi, hay que hacerse amigo de los fantasmas, hablar con ellos y quizás un día se vayan en el barco de velas de mariposas de Dalí que ví por aquí.
¡Que hermoso escrito!.
Me ha emocionado su lectura.
Yo te doy una esperanza para vencer a tus fantasmas.
Haz lo mismo que te hacen: ríete de ellos.
Un beso.
Luis
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