A la segunda vez que el teléfono envió una señal, levanté el auricular y pregunté quién era.
- María Luz – dijo la voz
-¿Perdón? – le contesté un tanto confundida.
- María Luz Pereira – aclaró la voz.
-Disculpe mi poca memoria, pero no logro recordar a nadie con ese nombre. ¿Qué desea?
-Hablar. Simplemente hablar. ¿Podría usted escucharme?
-Bueno… no sé de qué quiere hablar.
-De mi situación, de mi vida. – su voz era aterciopelada y ocultaba la verdadera edad de su osamenta. Sus modales refinados, dejaban ver una buena educación y una compostura demasiado elegante. No tuve que contestarle o tal vez no tuve tiempo, porque cuando me di cuenta, ella ya estaba soltando sus palabras enlazadas, formando frases claras y concretas.
-Estoy triste. Toda mi vida he intentado pasar por el tiempo dejando mi huella, profunda y simple al mismo tiempo. He querido que mis recuerdos se ubiquen en lugares justos y de la forma adecuada. -hizo una breve pausa para retomar el aliento.- Carezco de dramatismos que desdibujen el camino andado para transformarlo en sinuoso y difícil de transitar. Sin embargo hoy es diferente. Alguna vez he sentido miedo, pero ya no de esta manera. El corazón se me paraliza y no es por fatiga; la sangre se me congela y no es por frío. Hoy es diferente.
Sus vocablos sonaban dulces y melancólicos, aunque no perdían por eso el verdadero sentido. Una extraña sensación comenzó a apoderarse de mí y me dejaba anclada en aquella insólita conversación, sin saber hasta dónde llegaría y por qué la oía. Lentamente fui perdiendo mi posición de escucha escueta y emprendí un viaje hacia la comprensión del que ya no podría regresar vacía.
-Quizá yo ya no posea la misma esencia y eso provoque este miedo tan desagradable. ¡Tantos años vividos no me han enseñado a descifrar los acertijos macabros que me otorga su presencia! -su voz se quebró y asomó por sus grietas, un llanto reprimido. -Siempre me reconforté en sus brazos. Siempre anhelé sus besos. Jamás creí que tanta entrega terminaría asustándome. Y aunque la incertidumbre se apodera a cada minuto de mí existir, no logro dejar de amarlo. Demasiados años, demasiadas vivencias juntos, hicieron que terminara perdonando blasfemias y calumnias mayúsculas. Sin embargo, hoy es diferente.
Aquel monólogo no era otra cosa que una pálida confesión de una situación llevada al límite mismo del amor, donde los excesos son insoportables y lo que antes se perdonaba sin mayores problemas, hoy, era imposible de lograr. De todas formas, no me resultaba extraño que alguien eximiera de culpas por el simple y complejo hecho de amar. La convivencia resulta insoportable si no logramos perdonar y perdonarnos, pero ella recalcaba que hoy, era un día diferente. Ya no más perdón. Quizás era la famosa gota que desborda el vaso o tal vez, el simple hartazgo de la repetición constante y rutinaria del mismo proceder. Lo cierto es que ya no pude dejar de atenderla y sin soltar el auricular, busqué una silla que estaba cerca y me senté lentamente. No quería interrumpirla. No quería que dejara de hablar.
-Cada detalle reposa en mi memoria fresca. Cada movimiento, cada palabra. Cuando las bisagras de la puerta de calle se quejaron agudamente, tuve la certeza de que todo comenzaba a finalizar. El ruido hizo que mis sueños volaran asustados, temerosos. ¡Me hubiese encantado acompañarles! Pero no pude. Mi cuerpo marchito apenas se movió. Y sus manos, las mismas que me habían acariciado tantas veces, me mostraron el otro lado del amor. Ese lado áspero y lleno de rencores. Ese lado que nunca creí llegar a conocer. -hizo una pausa extensa y a mi me invadió una angustia desesperante. Tal vez esperara mi respuesta, tal vez estaba recomponiendo sus ideas. Yo no fui capaz de decirle nada, solo prolongué el silencio, dejando que ella manejara los tiempos. Y lo hizo. Retomó la conversación, con la voz aún quebrada y se me antojó que sus ojos estarían llenos de lágrimas.
-Hoy tendría que haber sido un día más en mi vida, en el calendario y también un día más en los meses de mi corazón. Sin embargo, debí comprender que tanta calma, tanto silencio de su parte, no era otra cosa que el presagio de una escandalosa tormenta. Maldigo la forma en que lo amé. Maldigo además, lo ilusa que fui durante tanto tiempo, indultando sus aventuras, sus vicios, sus amores escondidos. Amores de un pirata encubierto. Elegí soportar todas sus andanzas a cambio de una vida juntos, de tenerlo a mi lado. Pero no sirvió. Hoy, cuando entró en la casa, su actitud era dantesca. Bastó una sola pregunta, para que desatara toda su furia. Mis setenta y cuatro años se cayeron conmigo ante el empujón que osó darme. La violencia no solo es pegar, ni insultar a los cuatro vientos, también es sacarnos los apoyos.-ya entre lágrimas, su estado era angustiante y el mío también.- No me dolió el empujón. Me dolieron los años, el amor, su clemencia. Yo descubrí su último romance y al comentárselo días atrás, solo había recibido una mirada cómplice, pero hoy, cuando me referí a las misivas que encontré en el cajón del viejo mueble de roble, su ira estalló. No sé de donde sacó fuerzas, pero su empujón me pareció un ciclón que me dejó tirada en el suelo viendo como se alejaban de mí, todas las ilusiones. Él tiene ochenta y un años y ella, apenas veintisiete. Él dice que la ama porque ella lo rejuvenece y ella, ¿por qué lo amará? ¿No es esta la vieja y conocida historia de siempre, donde la mujer engatusa al hombre con sus redes y lo enamora solo para poder conseguir dinero? ¿Acaso no es la obviedad más grande que existe en el mundo de los hombres y las mujeres? ¿Qué quiso decir su empujón: que tengo razón o que no me involucre en sus asuntos? -nuevamente silenció su voz y un suspiro se escuchó claramente.- Me ha pedido que deje la casa. Quiere que la otra venga a ocupar mi lugar. ¿Qué puedo hacer?
Durante toda la conversación me contuve para no involucrarme, sin embargo, ya había tomado parte y me urgía decirle algo, por lo menos darle una cuota de aliento para continuar su vida. Pensé que a los setenta y cuatro años, estas cosas no pasaban. Siempre me imaginé un final de camino lento pero agradable, donde llegar de a dos es increíblemente reconfortante. Siempre lo creí, hasta hoy que escuché esta historia y comprendí que no siempre hay príncipes azules que rescatan a las princesas, que no siempre la vida termina como los cuentos de hadas, que también en la longevidad hay agresiones que dañan nuestra capacidad de amar. Sentí que la voz que estaba en silencio del otro lado comenzaba a sentir como su corazón se deslucía. Pero no dije nada, porque en realidad no pude.
-Solo he querido tener presente el último beso que me otorgó. Un beso frío y asquerosamente conmovedor, como si buscara perdón. No me ayudó a levantarme del piso, solo se inclinó, y luego de pasar su mano por mi mejilla, me besó la frente. Jamás podré perdonarlo porque he guardado mi dolor muy adentro, allá donde solo abundan sentimientos y la razón se desintegra, allá, en el último rincón de mi memoria. He comprendido que existen líneas demasiado delgadas que resultan imperceptibles y que cuando las atravesamos no tomamos conciencia de las consecuencias inmediatas que acarrean. Él cruzó mi línea y ya no hay vuelta atrás. Espero que no te haya incomodado demasiado escucharme. Solo necesitaba hablar con alguien y encontré una buena recepción de tu parte.
-Yo solo dejé que hablara…
-Pero me ha servido de mucho.
-Es extraño, pero me alegro. Se que es una situación difícil, pero no se que puedo hacer por usted.
-Nada. No te he pedido más que tu silencio para escucharme y me lo has dado. Gracias nuevamente.
-No sé que decirle realmente.
-No tienes que decir nada más. Debo cortar. Gracias una vez más.
Y cortó la comunicación. Y yo me quedé sin saber que me estaba pasando. Aún ahora, siento una sensación extraña donde no se que pensar. Creo que la realidad me ha mostrado que todos los amores no vienen en cajitas de cristal y que aquello que parece ideal, está demasiado lejos de la verdad en la cual vivimos y que llamamos realidad.
Hoy he visto como los años no impiden hacer nada, ni buscar, ni sentirse joven cuando se es viejo. Hoy he visto como los años no nos dan nada si no somos capaces de asumir nuestras limitaciones. Hoy entendí que en la felicidad de unos, está la desgracia de otros y viceversa.
4 comentarios:
Qué fuerte. Aunque sea ficción, no deja de ser cierto que a veces sólo necesitamos hablar, hablar para exorcizarnos.
Guiada por la misma curiosidad que te llevó a mi, hoy te hice una breve visita. Me resulto un hallazgo eso de que la violencia también es dejar al otro sin apoyo. El silencio siempre es un apoyo. A veces no lo vemos así y creemos que tenemos que hablar y hablar y aconsejar, pero en una relación humana, aún cuando dure segundos, lo importante es escuchar. Me gustó tu cuento. Te sigo leyendo
Muy realista el tema de tu último cuento. Me gustó.
Si entras a mi blog, verás que mi último cuento anda por esos lugares de desencuentro, soledad, incomunicación.
Sil:
Entré a algún link de tu blog. Hay buenas cosas. Que tal si los bloggeros que escribimos hacemos una publicación conjunta? Con un título algo así "Cuentos en Blogs", porque mucha gente no es internauta pero le gusta leer. Y se retroalimentarían nuestros blogs y nuestra creatividad, poca o mucha, se vería estimulada.
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