(He optado por publicar este cuento tal cual se alberga en las hojas de mi memoria. Sepan disculpar la longitud que presenta, pero no tendría sentido resumirlo)
He caminado por tantas soledades que ya todas tienen el mismo sabor amargo. Incluso esta. Siempre es igual aunque se presente con diferente cara y distintos modales. Siempre igual: fría, triste y vacía. Me destroza lentamente y hace que llore sin consuelo buscando alivio en imposibles que jamás duran. Luego aparece esa calma turbadora que me asusta porque se que pronto volveré a estar solo. Estoy cansado. Cada vez más, siento que las noches caen sobre mí sin piedad alguna. Esta también. Ya la siento, pesada y helada, sobre mis hombros. Cada bocanada de aire que tomo atraviesa mi traquea, como si fuera un puñal gélido, congelándome los pulmones. Y la noche recién se inicia. ¿Asomará la luna hoy? ¡Para qué la quiero si solo alumbra mis castigos! Estoy cansado realmente. Ya no quiero continuar, ya no. He viajado demasiado hoy, tanto, que no sé como llegué hasta aquí. Mejor me siento y descanso un poco. Hasta los pies se me llagaron por culpa de estos endemoniados zapatos llenos de agujeros. No recuerdo bien cuanto tiempo llevan puestos en mis pies, pero si estoy seguro que cuando comencé este sinuoso camino que no sé hacia donde me transporta, ellos estaban puestos. También llevo otras cosas puestas y ya no en mis pies, sino en mi cabeza. Todo el día duermen pero cuando cae la noche, se despiertan haciendo mucho desorden y entonces ya no pienso con claridad, porque me enfado conmigo mismo y con ellas. También me fastidia la noche porque es oscura y no me da luz. Esa luz que necesito para no estar solo. Cada vez que la luna se asoma en el cielo, las estrellas radiantes se apagan lentamente hasta desaparecer. Nadie la quiere. Yo tampoco.
¡Pero que frío hace hoy! Ya quiero que se acabe esta angustiante noche que me deja desierto entre tantas voces extrañas. Voces que son familiares, yo lo sé, pero ya no las quiero escuchar. En realidad me aturden tanto, que dejo de individualizarlas y solo forman un murmullo espantoso y agotador. ¡Silencio!. Me están volviendo loco, lo sé, pero tengo que luchar para que desistan. Si por lo menos alguien me ayudara a callarlas. Ella sabía como hacerlo. Ella también se fue y me dejó. Dice que se cansó de mis locuras. Yo también estoy cansado. ¿Por qué razón extraña me lastima tanto su amor? Porque estoy seguro que me ama como yo a ella. Seguro. No comprendo por qué todos quieren dejarme. Todos menos mis repugnantes voces. Hasta Manuel quiere hacerlo. ¡Gato del demonio! De seguro Satanás está encarnizado en él. ¿Acaso no le importa mi compañía? Yo si necesito de la suya. ¡Manuel, no te vayas! Prometo no aturdirte más con mis gritos desesperados y llenos de soledad, pero quédate a mi lado, por favor. ¡Basta! ¿Es que no pueden dejar de hablarme? Intento conversar con Manuel y no lo consigo. ¡Hagan silencio! ¿No saben callar? ¿Dónde estás Manuel? ¡Gato desgraciado!
Aún conservo las estrellas en el cielo. ¡Qué frío! ¿Habrá llegado el invierno ya? No creo que estos diarios viejos me abriguen lo suficiente esta noche. Si tuviera alguno más… o si tuviera pelos como Manuel. Él nunca tiene frío o por lo menos no se queja. Jamás lo he visto temblar. Yo si he temblado de frío y de miedo. De angustia también. Los diarios no son suficientes. Mejor me pongo el abrigo de paño gris. El único que tengo y el que utilizo solo cuando la voy a ver. No creo que se enoje si lo uso hoy. ¿Manuel, dónde estás? No puedo pasarme toda la noche buscando a un gato, que encima es negro como el cielo sin luna. ¿Cuánto faltará para el amanecer? Me gusta ver salir el sol y sentir sus rayos tenues calentándome la cara. Ellos desintegran estas voces que me quieren enloquecer. Ellos me recuerdan lo importante que es estar vivo, aunque sea en medio de un mar de dudas y aislamientos que producen mi congoja. Aunque esté perdido en medio de un desierto donde lo único visible es un montón de arena que forma médanos que cambian sus formas con el viento que sopla sin descanso. Aunque ya no encuentre la brújula que me acerque a ella ya no para herirla sino para amarla. Aunque no pueda dejar de ser yo mismo para impresionar al resto. Vivo y confundido. Vivo y con mis voces ensordecedoras como siempre.
¿Cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que nos vimos? Debe haber sido bastante porque no recordaba tantos agujeros en el abrigo. También tengo agujeros en mi alma. Demasiados. Por ellos se escapan mis ideas y entran mis rencores. Fluyen libremente mis sentimientos y se entreveran mis recuerdos dejándome un sabor áspero que no logro desterrar con facilidad. Perdura y dura demasiado tiempo. Es ahí, en ese preciso instante, cuando lo simple de esta vida se me vuelve tan complejo, que ya no logro visualizarla con calma. Hace ya un buen rato que no logro descifrar los acertijos de la vida a través de mi conciencia. Creo que la perdí en alguna vuelta de ésta, mi vida, tan llena de sorpresas y curvas cerradas que producen el vuelco de la serenidad y la razón. ¿Por qué no me abriga este sacón? ¿Tanto frío trae la luna hoy? ¿Manuel, dónde te metiste? Ya no puedo seguir buscándote porque no tengo más fuerzas. Quiero descansar, ya estoy viejo, tengo el cabello cano y también la barba. Estoy encorvado y mis manos, además de sucias, están deformes. ¡Ven Manuel, descansemos juntos! ¡Silencio, no se burlen más de mí! ¡Voces horribles! No quiero escuchar sus chillidos imitando risas que no logran hacer. Si ella estuviera, seguro las espantaría. ¿En qué lugar lejano estará? ¿Soñará? Tal vez el viento suave del alba se lleve sus sueños como hace con los míos, o tal vez no. Yo la recuerdo tanto y tan poco, que lo único que es seguro en mí, es el amor que aún le tengo. Sin embargo, en mi locura, reconozco que hoy no es ayer y el mañana no sé si existirá. No quiero pensar en mi vida, pero tampoco puedo evitarlo. Más diarios. Necesito más diarios para encender el fogón que me calentará el alma y me alumbrará hasta que el sol se digne a salir. ¿Cuánto faltará? He perdido la noción del tiempo y estas voces traidoras me confunden tanto, que apenas logro entender que estoy solo. Siempre solo, sin ella, sin Manuel, sin nadie. Ni tan siquiera estoy conmigo mismo. Ya no me entiendo, no logro hacerlo. Ya no quiero continuar andando por estos caminos intransitables de la locura. El amor y el odio se entrelazan para enmarañarme y dejarme sin cordura. Solo la soledad se anima y me acompaña sin importarle el frío de la noche, la luna y las brechas profundas de mi espíritu. Ya solo me queda la soledad. La extraño tanto que no logro cerrar esta herida que me causa su amor. Quiero volver a verla y dejaría todo, hasta el poco juicio que conservo, por tenerla de nuevo entre mis brazos, como cuando éramos dos aventureros sin frenos recorriendo los senderos de la pasión y la exaltación. Éramos y ya no lo somos. Éramos y ya dejé todo lo que tenía por ese ímpetu que latía con fuerza en mi corazón. Era y es, la mujer por la cual sigo ardiendo aunque mi cuerpo apenas resista el intenso frío de la noche. Sin embargo ya no soy el mismo. He perdido todo lo más preciado de esta corta e intensa vida. La perdí y me perdí en la oscuridad del destino y nada puedo hacer contra él. Quiso separarnos y puso voces en mi cabeza que me enloquecieron. Logró asustarla tanto, que apenas me recuerda mientras yo, me desgarro el alma intentando volver a ser el mismo hombre, a tener la misma integridad y la serenidad necesaria como para continuar solo. Muchas veces esta atormentadora soledad me ha acompañado pero nunca, como hoy. Tengo frío y tirita mi corazón. ¡Manuel, no te alejes tanto! Quiero tenerte cerca. Estoy tan cansado que apenas puedo mantener mis parpados abiertos y mirar a través de la noche negra, buscándote. ¡Manuel! No lo asusten más. Es un pequeño gatito que siempre quiere jugar. ¡Déjenlo, voces repugnantes! ¡Déjenme! Ya solo quiero dormir. Ya solo quiero descansar. Cerrar mis ojos y dejar que la noche me caiga encima aplastando mi eterna locura.
¡Pero que frío hace hoy! Ya quiero que se acabe esta angustiante noche que me deja desierto entre tantas voces extrañas. Voces que son familiares, yo lo sé, pero ya no las quiero escuchar. En realidad me aturden tanto, que dejo de individualizarlas y solo forman un murmullo espantoso y agotador. ¡Silencio!. Me están volviendo loco, lo sé, pero tengo que luchar para que desistan. Si por lo menos alguien me ayudara a callarlas. Ella sabía como hacerlo. Ella también se fue y me dejó. Dice que se cansó de mis locuras. Yo también estoy cansado. ¿Por qué razón extraña me lastima tanto su amor? Porque estoy seguro que me ama como yo a ella. Seguro. No comprendo por qué todos quieren dejarme. Todos menos mis repugnantes voces. Hasta Manuel quiere hacerlo. ¡Gato del demonio! De seguro Satanás está encarnizado en él. ¿Acaso no le importa mi compañía? Yo si necesito de la suya. ¡Manuel, no te vayas! Prometo no aturdirte más con mis gritos desesperados y llenos de soledad, pero quédate a mi lado, por favor. ¡Basta! ¿Es que no pueden dejar de hablarme? Intento conversar con Manuel y no lo consigo. ¡Hagan silencio! ¿No saben callar? ¿Dónde estás Manuel? ¡Gato desgraciado!
Aún conservo las estrellas en el cielo. ¡Qué frío! ¿Habrá llegado el invierno ya? No creo que estos diarios viejos me abriguen lo suficiente esta noche. Si tuviera alguno más… o si tuviera pelos como Manuel. Él nunca tiene frío o por lo menos no se queja. Jamás lo he visto temblar. Yo si he temblado de frío y de miedo. De angustia también. Los diarios no son suficientes. Mejor me pongo el abrigo de paño gris. El único que tengo y el que utilizo solo cuando la voy a ver. No creo que se enoje si lo uso hoy. ¿Manuel, dónde estás? No puedo pasarme toda la noche buscando a un gato, que encima es negro como el cielo sin luna. ¿Cuánto faltará para el amanecer? Me gusta ver salir el sol y sentir sus rayos tenues calentándome la cara. Ellos desintegran estas voces que me quieren enloquecer. Ellos me recuerdan lo importante que es estar vivo, aunque sea en medio de un mar de dudas y aislamientos que producen mi congoja. Aunque esté perdido en medio de un desierto donde lo único visible es un montón de arena que forma médanos que cambian sus formas con el viento que sopla sin descanso. Aunque ya no encuentre la brújula que me acerque a ella ya no para herirla sino para amarla. Aunque no pueda dejar de ser yo mismo para impresionar al resto. Vivo y confundido. Vivo y con mis voces ensordecedoras como siempre.
¿Cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que nos vimos? Debe haber sido bastante porque no recordaba tantos agujeros en el abrigo. También tengo agujeros en mi alma. Demasiados. Por ellos se escapan mis ideas y entran mis rencores. Fluyen libremente mis sentimientos y se entreveran mis recuerdos dejándome un sabor áspero que no logro desterrar con facilidad. Perdura y dura demasiado tiempo. Es ahí, en ese preciso instante, cuando lo simple de esta vida se me vuelve tan complejo, que ya no logro visualizarla con calma. Hace ya un buen rato que no logro descifrar los acertijos de la vida a través de mi conciencia. Creo que la perdí en alguna vuelta de ésta, mi vida, tan llena de sorpresas y curvas cerradas que producen el vuelco de la serenidad y la razón. ¿Por qué no me abriga este sacón? ¿Tanto frío trae la luna hoy? ¿Manuel, dónde te metiste? Ya no puedo seguir buscándote porque no tengo más fuerzas. Quiero descansar, ya estoy viejo, tengo el cabello cano y también la barba. Estoy encorvado y mis manos, además de sucias, están deformes. ¡Ven Manuel, descansemos juntos! ¡Silencio, no se burlen más de mí! ¡Voces horribles! No quiero escuchar sus chillidos imitando risas que no logran hacer. Si ella estuviera, seguro las espantaría. ¿En qué lugar lejano estará? ¿Soñará? Tal vez el viento suave del alba se lleve sus sueños como hace con los míos, o tal vez no. Yo la recuerdo tanto y tan poco, que lo único que es seguro en mí, es el amor que aún le tengo. Sin embargo, en mi locura, reconozco que hoy no es ayer y el mañana no sé si existirá. No quiero pensar en mi vida, pero tampoco puedo evitarlo. Más diarios. Necesito más diarios para encender el fogón que me calentará el alma y me alumbrará hasta que el sol se digne a salir. ¿Cuánto faltará? He perdido la noción del tiempo y estas voces traidoras me confunden tanto, que apenas logro entender que estoy solo. Siempre solo, sin ella, sin Manuel, sin nadie. Ni tan siquiera estoy conmigo mismo. Ya no me entiendo, no logro hacerlo. Ya no quiero continuar andando por estos caminos intransitables de la locura. El amor y el odio se entrelazan para enmarañarme y dejarme sin cordura. Solo la soledad se anima y me acompaña sin importarle el frío de la noche, la luna y las brechas profundas de mi espíritu. Ya solo me queda la soledad. La extraño tanto que no logro cerrar esta herida que me causa su amor. Quiero volver a verla y dejaría todo, hasta el poco juicio que conservo, por tenerla de nuevo entre mis brazos, como cuando éramos dos aventureros sin frenos recorriendo los senderos de la pasión y la exaltación. Éramos y ya no lo somos. Éramos y ya dejé todo lo que tenía por ese ímpetu que latía con fuerza en mi corazón. Era y es, la mujer por la cual sigo ardiendo aunque mi cuerpo apenas resista el intenso frío de la noche. Sin embargo ya no soy el mismo. He perdido todo lo más preciado de esta corta e intensa vida. La perdí y me perdí en la oscuridad del destino y nada puedo hacer contra él. Quiso separarnos y puso voces en mi cabeza que me enloquecieron. Logró asustarla tanto, que apenas me recuerda mientras yo, me desgarro el alma intentando volver a ser el mismo hombre, a tener la misma integridad y la serenidad necesaria como para continuar solo. Muchas veces esta atormentadora soledad me ha acompañado pero nunca, como hoy. Tengo frío y tirita mi corazón. ¡Manuel, no te alejes tanto! Quiero tenerte cerca. Estoy tan cansado que apenas puedo mantener mis parpados abiertos y mirar a través de la noche negra, buscándote. ¡Manuel! No lo asusten más. Es un pequeño gatito que siempre quiere jugar. ¡Déjenlo, voces repugnantes! ¡Déjenme! Ya solo quiero dormir. Ya solo quiero descansar. Cerrar mis ojos y dejar que la noche me caiga encima aplastando mi eterna locura.